Cuidando a los suyos

Cuidar

Una más de las desgracias que ha traído todo Esto es el perderse momentos de la vida que ya no volverán. Sí, ya sé que volveremos a reunirnos en los bares, en comidas familiares, etc. pero esas reuniones y esas comidas que podíamos haber celebrado durante estos días las hemos perdido, deben haberse marchado a ese lugar desconocido al que, como cantaba Víctor Manuel, se van los besos que guardamos, que no damos. A ese mismo lugar se habrán marchado, lamentablemente, los apretones que podía haberle dado a mi nieta durante todos estos días. Lamentablemente, porque la falta de contacto físico es una carga para quienes ya tenemos una edad y necesitamos aprovechar todo el tiempo posible para ver crecer de cerca a quienes les queda un largo recorrido. Y lo irónico de la situación es que ese distanciamiento físico es el que nos da esperanza para poder volver a vernos otra vez, el que nos ayuda a cuidar unos de otros en la distancia. Un aparente contrasentido que despierta todo tipo de sensaciones.

Pensando en ello he recordado un vídeo que tengo de mi nieta. Se la ve en su terraza de confinada jugando con un par de sus muñecos. Uno es “Bebé Dunia”, sí, le ha puesto a una muñeca su propio nombre, y el otro es un robot multicolor al que llama “Robi”. Veo que coloca, sobre el escalón de entrada a la terraza, los dos muñecos, uno a cada lado, y los arropa como si fuesen a dormir. Ella, entre ambos, con su lenguaje tresañero de guardería interrumpida, con toda la ingenuidad infantil de su particular mundo trastocado, sin los interrumpidos abrazos y besos del abuelo que ahora le escribe, aparentemente ajena (pero, no del todo) a lo que está pasando, les canturrea algo así como: Bebé Dunia no tengas miedo, quédate en casa que yo estoy aquí. Tú tampoco, Robi, que Dunia está aquí

Cuando el vídeo se acaba pienso que en todo Esto cada cual cuida a los suyos de la mejor manera posible.