Los sitios y la carta geográfica de don Quijote

Con estas dos imágenes se cierra esta capilla llamada “Otra lectura de El Quijote”. Son las imágenes que cierran el ejemplar usado para esta lectura, la relación de los sitios y aventuras que tienen lugar en cada una de las salidas quijotescas.

Ciento diecinueve entradas, casi dos años, muchas historias y bastantes reflexiones. Termino con la última palabra que escribe Cervantes en su libro, Vale, que es igual a decir, adiós.

Capítulo LXXIV (2ª parte): Como las cosas humanas no sean eternas…

Seis días con calentura, seis días metido en cama… Son muchos días y mucha calentura. Está claro que este es el último capítulo de la historia. Porque todo tiene su fin, o como escribe el autor: Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba…

Pero antes de que ese fin llegue, despierta don Quijote. Pero, ya no es don Quijote de la Mancha, ni el Caballero de la Triste Figura, ya no es el caballero andante que llegó hasta Barcelona y volvió derrotado. Cuando despierta se hace rodear de los suyos y les dice: Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno.

Así, como Alonso Quijano el Bueno, reniega de los libros de caballería y pide hacer testamento.  Y tras ello, recibidos los santos sacramentos, dio su espíritu: quiero decir que se murió.

Recuerdo algún debate con coblogueros sobre si el final que eligió Cervantes para esta historia fue el adecuado. No me refiero al hecho de “matarlo”, pues eso se veía venir para que no lo “resucitara” otro falsificador, otro Avellaneda, sino a que su muerte viniese precedida por esa especie de despertar luminoso que convierte a don Quijote de la Mancha en Alonso Quijano el Bueno, que devuelve a la realidad al más cuerdo de los locos. Hay quien piensa que así está escrito y así está bien. Hay quien piensa lo contrario, que Alonso Quijano debería haber muerto como el don Quijote que hemos conocido, ese caballero orate que por momentos parecía el más cuerdo de todos los que le rodeaban.

PS. Termina esta historia, pero queda un apéndice que mi quijotesco libro añade…

Capítulo LXXIII (2ª parte): De las eras de la aldea al lecho del enfermo

En el capítulo anterior avistaron nuestros héroes su aldea. En éste se disponen a entrar en ella. Antes, en el siglo XVII y hasta los años sesenta del siglo XX, es decir desde el Siglo de Oro hasta hace “unos días”, los pueblos castellanos (y andaluces) solían estar rodeados por eras. Las aldeas y villas, los pueblos, pedanías y cortijadas vivían de la agricultura y la ganadería, sus lugareños eran pastores o segadores, aceituneros altivos o vaqueros de la Finojosa, porqueros o vinateros… Pero, en todos esos pueblos había algo que los unía, el cultivo de los cereales segados con hoz cuando llegaba el verano, el trigo, la avena o la cebada trilladas en las eras donde se aventaba cuando el viento soplaba favorable.

Viene todo lo anterior a cuenta de la memoria, porque el que escribe ahora, conoció esas eras cuando era niño. Y cuando don Quijote y Sancho llegan a su aldea lo hacen encontrándose a unos muchachos que reñían en las eras del lugar. Son los primeros paisanos con los que se encuentran. Luego vendrán los amigos (el cura y el bachiller) y la gente del hogar: el ama y la sobrina de don Quijote, la mujer y la hija de Sancho…

Ya están en casa. Y lo primero que hace don Quijote es contarles a los suyos la nueva vida que piensa tomar, la de pastor. Mi madre hubiese dicho que el caballero manchego es un “culillo inquieto” pues no acaba de llegar y ya está pensando en otros quehaceres. Pero, el hombre propone y Dios dispone (ya ven, al final todo se pega, hasta lo de soltar refranes), y el bueno de don Quijote comienza a sentirse mal: Llevadme al lecho, que me parece que no estoy muy bueno… Me temo lo peor.

Capítulo LXXII (2ª parte): Vamos cerrando puertas que esto se acaba

¿Qué destacar de este antepenúltimo capítulo? Lo que sigue:

– Conocemos al último personaje que nuestros héroes se encuentran en el camino: don Álvaro Tarfe, caballero que se hospeda en el mismo mesón en el que don Quijote y Sancho pasan también su última noche como huéspedes de ventas, castillos, palacios, mesones, etc.

– Utiliza Cervantes a don Álvaro para que dé testimonio ante la autoridad (en este caso un alcalde) que esa segunda parte del tal Avellaneda era más falsa que un billete de dos euros.

– Hace don Quijote esta descripción de Barcelona: archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y, en sitio y en belleza, única. Si yo fuese Collboni  (actual alcalde de la ciudad) la utilizaría en la campaña de las próximas elecciones municipales.

– Termina Sancho de cumplir su promesa pagada de los azotes, que la cumplió del mismo modo que la pasada noche, a costa de las cortezas de las hayas, harto más que de sus espaldas… Ya ven, vamos cerrando puertas.

– Y, tras cabalgar una noche y un día sin que nada más sucediese, nuestros héroes subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea. Lugar, villa, aldea o lo que fuese cuyo nombre, por supuesto, seguimos sin conocer.

Capítulo LXXI (2ª parte): Sancho, escudero y pícaro

Esto se va acabando y hay que cerrar las cuentas pendientes. Una de ellas es la de los más de tres mil azotes que Sancho debería darse para acabar con el supuesto encantamiento de Dulcinea. Y ahí lo ven, en la imagen de la derecha, desvestido de cintura para arriba, azotándose su orondo cuerpo el fiel escudero. Eso sí, antes de comenzar a padecer, Sancho ha negociado con don Quijote que cada azote debe ser pagado y en ello ha estado de acuerdo el caballero. Lo que no sabe éste es que, gracias a la oscuridad de la noche, esta falsa novela de caballería se convierte en novela picaresca porque Sancho ejerce de tal, de escudero pícaro, azotando poco su espalda y más los troncos de los árboles que le rodean. Desde siempre ha sido así: la oscuridad es aliada de pícaros y maleantes, la falta de luz favorece el delito y otros males.

Y poco más que contar. El camino de vuelta suele ser más rápido que el de ida y así se lo dice don Quijote a Sancho: … lo hemos de guardar para nuestra aldea, que, a lo más tarde, llegaremos allá después de mañana. En el horizonte casi se atisba ya el lugar desde el que partieron, el lugar de cuyo nombre nada sabemos.

Capítulos LXIX y LXX (2ª parte): Reírse de quienes creemos inferiores nos hace inferiores a vista de los demás

Lo diré… Prescindibles me parecen estos dos capítulos. Innecesarios porque los hechos que en ellos se cuentan son repetitivos. Me explicaré… Habían sido llevados nuestros héroes al castillo del duque, y la duquesa, donde durante tantos días fueron objeto de chanzas y burlas. ¿Qué necesidad había de hacerlos pasar por una nueva tomadura de pelo, por una nueva broma pesada (sobre todo para Sancho)? A no ser por una reflexión que Cervantes escribe sobre todo esto: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos. Tan solo por esa reflexión se salvan estos capítulos pues cierto es que reírse de quienes creemos inferiores nos hace inferiores a vista de los demás. O así debería ser.

Y poco más. Tan sólo que Cervantes aprovecha para denigrar aquel falso Quijote de Avellaneda al que no quieren ni los demonios »Quitádmele de ahí -respondió el otro diablo-, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos». »¿Tan malo es?», respondió el otro. »Tan malo -replicó el primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara».

Ya ven, no se anda con remilgos Cervantes para criticar a quien quiso hacerle la competencia tras la publicación de la Primera Parte de esta obra que está llegando a su fin.

Capítulo LXVIII (2ª parte): Cuando haces camino de vuelta hay veces que es mejor dar un rodeo

El sueño, el buen dormir, es un tesoro que, como la salud, tan sólo nos acordamos de él cuando nos falta. Ese dormir a pierna suelta de Sancho, que ven en la ilustración de la derecha, contrasta con el desvelo de don Quijote. Afortunado el escudero que así duerme. Hace Sancho, ante la recriminación de su señor, una defensa del sueño que merece la pena: El sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Amén.

Además de dormir y no dormir, nuestros héroes padecen durante la noche una nueva estampida. Las han conocido de ovejas, toros y humanos. En este capítulo son atropellados por una piara nocturna de más de seiscientos cerdos que unos hombres llevaban a vender a una feria. Uno, que ha llevado de noche a un par de cerdos al matadero, se imagina lo que debió ser aquella tumultuosa piara y la mala experiencia que vivieron Don Quijote y Sancho.

Y como todo puede empeorar, al día siguiente son hechos prisioneros por gente armada que les llaman de todo y los conducen en silencio a un castillo que bien conoció don Quijote que era el del duque, donde había poco que habían estado. Normal, si uno hace camino de vuelta por el que ha sido de ida no le queda más remedio que volver a pasar por donde ya pasó. Cosa que no siempre es favorable pues a veces es mejor dar un rodeo y esquivar ciertos lugares conocidos en los que no se vivieron buenas experiencias. Ya lo cantaba Sabina: Que al lugar donde has sido feliz / No debieras tratar de volver. Y al que no has sido feliz… mucho menos.

Capítulo LXVII (2ª parte): Hay veces en las que nuestra vida debe cambiar de rumbo

Hay veces que, por muy diversas circunstancias, tenemos que dar un giro a nuestra vida, cambiar el rumbo ciento ochenta grados. En unas ocasiones nos vemos obligados a ello; en otras es decisión propia. Los motivos pueden ser profesionales, amorosos, etc. La oferta de un trabajo distinto a miles de kilómetros de donde hasta entonces hemos vivido, un amor que llega de manera inesperada y te hace formar una nueva familia… Viene esto a cuento de lo que sucede en este capítulo.

Siguen nuestros héroes de regreso al hogar, desandan el camino andado y recuerdan lugares por los que pasaron yendo en la otra dirección, rememoran aventuras vividas en esos lugares y personajes que en ellos conocieron. Hablan sobre todo ello e incluso derivan en asuntos de lenguas y vocabulario. Por ejemplo, explica don Quijote a Sancho la procedencia arábiga de algunas de nuestras palabras, tal como el que ahora escribe lo enseñaba cuando era maestro de escuela a sus alumnos: …y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía, y otros semejantes…

Bien, pláticas aparte, lo que realmente es la esencia de este capítulo es lo que les comentaba al principio: la decisión que a veces tomamos en nuestras vidas de cambiar de rumbo, de vivir una vida distinta. Eso es lo que decide don Quijote y de tal manera se lo comunica a su escudero: …si es que a ti te parece bien, querría, ¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas, y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor Pancino, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados…

Ya ven, la vida da muchas vueltas, dice el dicho. Y más si hablamos de las vidas de quienes tienen un mundo interior tan particular como el de estos dos maravillosos personajes.

Capítulo LXIV (2ª parte): “Qué allá quedó su ventura / en la playa de Barcino frente al mar…”

En el capítulo anterior habían conocido nuestros héroes por primera vez lo que es navegar, esa actividad que el hombre practica desde la más remota de las antigüedades a pesar de ser animal de tierra. Tras esa primera travesía don Quijote está dispuesto a embarcarse para ir a la Berbería a rescatar cristianos caídos en manos de la morisma. Ante tan descabellado plan siempre surge la respuesta sensata de Sancho, pues al fin y al cabo don Quijote es caballero andante y no caballero navegante.

Una vez olvidado todo lo anterior, don Quijote hace lo que hace el que ahora escribe durante los meses veraniegos: Y una mañana, saliendo don Quijote a pasearse por la playa armado de todas sus armas … Lo de salir a pasear por la playa es actividad siempre recomendable. En los tiempos actuales no es necesario salir armado para caminar por el camino litoral o por el paseo marítimo. En mi caso tan sólo es recomendable una gorra y las gafas de sol para cuando el astro rey aparezca por los balcones de Oriente.

Armado va el caballero, y mejor que así fuese, porque se encuentra con otro tal cual, el Caballero de la Blanca Luna. Reta éste a don Quijote y le pone como condición que si nuestro héroe es vencido te recojas y retires a tu lugar por tiempo de un año, donde has de vivir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego, porque así conviene al aumento de tu hacienda y a la salvación de tu alma.

Y ya pueden imaginarse lo que sucedió. Lo escribió siglos después León Felipe en estos versos: Qué allá quedó su ventura / en la playa de Barcino frente al mar. Sí, querido lector, nuestro héroe es vencido y promete cumplir con la condición impuesta por el Caballero de la Blanca Luna: volver a aquel lugar de La Mancha cuyo nombre desconocemos. Me da que las aventuras de don Quijote están cerca de finalizar…

Capítulo LXIII (2ª parte): Dos de La Mancha navegando por el Mediterráneo

Siempre pensamos que “huésped” es la persona alojada en casa ajena. Así lo define la primera acepción del diccionario de la RAE. Pero también es la persona que aloja en su casa a otra. Es una de esas palabras que sirven para definir lo uno y lo contrario. Tal cualidad polisémica tenía un nombre que ahora no recuerdo. Viene esto a cuento porque ya en el capítulo anterior Cervantes escribe: Don Antonio Moreno se llamaba el huésped de don Quijote… Y el tal don Antonio era el dueño de la casa en la que se hospedaban nuestros héroes; era el hospedador, hospedante y, sí, también huésped. En fin, una simple curiosidad que se me olvidó comentar en el capítulo anterior porque me entretuve con el nombre del hospedador y su relación nominal con mi pueblo.

En este sexagésimo tercero de los capítulos de la Segunda Parte, además de una nueva historia con morisca incluida, una nueva historia con protagonista femenina de gran prestancia, hay que destacar la experiencia marinera que viven don Quijote y Sancho a bordo de un navío; una travesía repleta de incidencias sobre todo si tenemos en cuenta que estamos hablando de dos hombres que han nacido y vivido en el interior más interior de España, en La Mancha, tierra de lagunas, pero no de mares.