Hay veces que, por muy diversas circunstancias, tenemos que dar un giro a nuestra vida, cambiar el rumbo ciento ochenta grados. En unas ocasiones nos vemos obligados a ello; en otras es decisión propia. Los motivos pueden ser profesionales, amorosos, etc. La oferta de un trabajo distinto a miles de kilómetros de donde hasta entonces hemos vivido, un amor que llega de manera inesperada y te hace formar una nueva familia… Viene esto a cuento de lo que sucede en este capítulo.
Siguen nuestros héroes de regreso al hogar, desandan el camino andado y recuerdan lugares por los que pasaron yendo en la otra dirección, rememoran aventuras vividas en esos lugares y personajes que en ellos conocieron. Hablan sobre todo ello e incluso derivan en asuntos de lenguas y vocabulario. Por ejemplo, explica don Quijote a Sancho la procedencia arábiga de algunas de nuestras palabras, tal como el que ahora escribe lo enseñaba cuando era maestro de escuela a sus alumnos: …y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía, y otros semejantes…
Bien, pláticas aparte, lo que realmente es la esencia de este capítulo es lo que les comentaba al principio: la decisión que a veces tomamos en nuestras vidas de cambiar de rumbo, de vivir una vida distinta. Eso es lo que decide don Quijote y de tal manera se lo comunica a su escudero: …si es que a ti te parece bien, querría, ¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas, y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor Pancino, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados…
Ya ven, la vida da muchas vueltas, dice el dicho. Y más si hablamos de las vidas de quienes tienen un mundo interior tan particular como el de estos dos maravillosos personajes.