Tengo poca relación con esta palabra del día: bigudí, bigudíes. Mi madre los usaba. Eran de dos tamaños, unos más gruesos que otros. Los tenía en una caja de zapatos y eran de varios colores. Pero nunca los llamaba así, bigudí, bigudíes, esa palabra que no puede esconder su origen francés. Los llamaba rulos.
La RAE aporta dos citas literarias de esta palabra para diferenciar los dos usos permitidos en plural: «Nada de bigudíes, nada de trenzas» (R. Chacel); «Se puso los bigudís lentamente» (C. Martín Gaite). No es casualidad, pienso, que las dos citas sean de autoras. Las mujeres de aquellos años sesenta y setenta se lavaban la cabeza en casa (vuelvo a mi madre) y se “liaban los rulos” unas a otras o incluso a sí mismas. No siempre había el suficiente dinero para ir a la peluquería y hacerse un peinado con el correspondiente escardado del cabello, tan habitual en aquellos años.
Vuelvo a como llamaba mi madre a los bigudíes, esa palabra, rulo, que el diccionario define en una de sus acepciones como Pequeño cilindro hueco y perforado al que se arrolla el cabello para rizarlo. Y pienso, en mi desconocimiento del asunto peluquería, que quizás los bigudíes y los rulos no eran exactamente lo mismo. Y para certificar esa dicotomía traigo una cita literaria del libro “Noches sin dormir” de Elvira Lindo: Recuerdo, de cuando Antonio era director del Cervantes, la extraordinaria visión de unas gitanas viejas en bata y rulos…