Soneto XXVII: Aves volando tras el ventanal

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Aves volando tras el ventanal,

de pájaros llena toda su mente,

ojos impávidos mirando al frente,

melena rala tras la cervical.

Esencia de la médula espinal,

ese soneto va directamente

al mustio corazón que ya no siente

ni late con amor primaveral.

Y el sonetista sigue “ensonetando”

endecasílabos de amor y paz,

cuartetos con tercetos hilvanando,

la consonante rima va engarzando

mientras oye decir al capataz:

“¡qué buen producto estamos fabricando!”.

Soneto XXVI – “Con su altiva figura levantada”

Con su altiva figura levantada,

enfrentada al ciclópeo Morrión

no por ser rival, sí por situación,

la observas cual palmera ahí plantada.

Palmera sin ramaje, deshojada,

tronco hueco que rechaza el hormigón,

vana oquedad con piezas de cocción

horneadas en villa muy afamada.

Del barco de vapor, palo mayor,

del viejo tren, apéndice saliente,

de mi hogar, inútil expendedor

de la presunta niebla que nos miente

pues no es tal, sino humo del ardor

que en tu boca se desboca impaciente.

Soneto XXV – “Por un árbol del amor coronado”

Por un árbol del amor coronado,

silueta singular en la penumbra,

el árbol de Judea que te encumbra

de infinitos olivos rodeado.

Se despierta cada día a tu lado

la estrella más cercana que me alumbra,

y al mediodía, cuando más relumbra

te admiro como un ciego deslumbrado.

Abrazado a las nieblas invernales,

agarrado a la eterna primavera,

sufriendo las calimas estivales,

te elevas, te encumbras cual cimera

con plumas de armaduras imperiales,

orgulloso Morrión, el tiempo espera.

Soneto XXIV – “Mi mujer me demanda que un soneto”

Mi mujer me demanda que un soneto

te componga, buen cocinero Enrique.

Bien aderezado, con poco pique,

voy terminando mi primer cuarteto.

“Comételo” es un programa completo:

cocinero con hermoso palique,

tiene gracejo y salero este Quique.

Vamos a emplatar que llega el terceto.

Guisos, calderetas, ternera, mero,

Solomillos, pastas, cerdo y cordero…

Hasta el olor llega de esa cocina

cuando aderezas con arte y esmero

pescado y hortalizas, carne bovina,

pues tus guisos sanan cual medicina.

 

Nota culinaria de perdón: como los versos indican este es un soneto solicitado y dedicado, un soneto por encargo, de pura subsistencia. He perpetrado este disparate porque considero la cocina  territorio comanche y el arte de cocinar un misterio al nivel del de la Santísima Trinidad Y si quien me alimenta me pide que…

PS. Desconozco si el tal cocinero Enrique se ha atrevido a leer en su programa (como hace a diario con diverso material escrito y fotográfico que le manda su público) el anterior halago rimado. Si lo ha hecho, además de cocinero es un valiente.

Soneto XXIII – “Ya no me quedan tizas de colores”

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Ya no me quedan tizas de colores,

sólo blancas y el gris de la pizarra.

Sí me quedan alumnos ganadores

que me alejan de toda la tabarra.

De ellos recibo todos los favores,

con ellos tomo el sol bajo la parra,

cortamos a la fiera cualquier garra

y me quitan amargos sinsabores.

De la tiza nívea polvareda

fue la rima de un tiempo muy remoto,

de las tizas… polvos anaranjados,

verdes, azules, rojos y morados,

en paleta de lujo y alboroto

que disipan la niebla y humareda.

Soneto XXII – “Ya no trafico en pensamientos vanos”

Ya no trafico en pensamientos vanos,
ya no piso cristales de bohemia,
no saco de paseo a la blasfemia,
ni masturbo mi conciencia a dos manos.

Ya no escribo oraciones de paganos,
ya no le inyecto azúcar a mi anemia,
no pateo el sillón de la academia,
ni oculto mis ralos cabellos canos.

Ahora me entra arena en los zapatos
cuando piso el asfalto y no la playa,
juego a espadas cuando pintan bastos,

guardo en el baúl todos mis retratos,
nunca intento pasarme de la raya
y no mezclo banastas con canastos.

Soneto XXI – “Tierras que sois de la recta el final”

Tierras que sois de la recta el final,

os eleváis al cielo suavemente

desde ese arroyo que bajo el puente

languidece de forma natural.

 

Y arriba, cortijo de piedra y cal,

celador y vigía  permanente,

antes hogar, hoy huérfano de gente,

mira al norte su puerta principal.

 

Tierras bajas de náutica cañada,

con pozo que es tesoro de verano,

arroyo lácteo de agua salada,

 

ruedo y blancares de simiente y grano

que te nombran venta sin ser posada

cuando faro eres del viento solano.

Soneto XX – “De arrepentidos está el mundo lleno”

De arrepentidos está el mundo lleno,

dicen que dice el dicho popular,

porque de sabios es rectificar

sabiendo que el acierto nunca es pleno.

 

Certeza es que nunca el yerro fue bueno,

que todos acabamos por errar

para mañana poder enmendar

aplicando el antídoto al veneno.

 

Arrepentido vengo a declararme

de impertinentes y altivos momentos

que atropellan los buenos pensamientos.

 

Cual penitente vengo a confesarme

para poder desterrar los errores

que en mi alma son amargos sinsabores.

 

Soneto XIX – “Cuando mi cole en circo se transforma”

Cuando mi cole en circo se transforma

por doquier se desata el desatino,

yo vuelvo a sentirme clandestino

o zapato prisionero en cruel horma.

 

Enseñar debería ser la norma

aunque para ellas resulte anodino

prefiriendo el dosel del baldaquino

y el escenario de alta plataforma.

 

Hebreas, de carnaval disfrazadas,

seguidoras de Gandhi…pacifistas,

hijas de Blas Infante… andalucistas.

 

“Gores” del medio ambiente, hermanadas,

viajeras, romeras y excursionistas…

mis compañeras son… unas artistas.

Soneto XXVIII – “Y Zapatero cogió las tijeras”

Y Zapatero cogió las tijeras

igual que Johnny cogió su fusil,

ha vaciado de cerveza el barril

y dejó sin arroz las paelleras.

 

Sueldos recortó con malas maneras,

la pensión congeló ¡el muy zascandil!

con esa carita de aire monjil

y esas cejitas de hienas carroñeras.

 

Y para más inri llegan los curas

queriendo sus prebendas conservar,

me dejan los dineros intervenidos,

 

de cajasur las cartillas a oscuras,

libretas sin poderse fusionar…

 ¡sociatas y curitas mal nacidos!