Soneto XXVIII – “La prudencia gobierne este momento”

La prudencia gobierne este momento

pues no entran moscas en boca cerrada

y a veces es mejor dar la callada,

para parloteos ya habrá tiempo.

 

No es que me disguste un buen parlamento

si la reflexión está bien cocinada

y una idea, como olla bien guisada,

cuestión no es de vano entretenimiento.

 

Como ya dijo Baltasar Gracián,

la prudencia evita muchos disgustos,

y mejor que enredarse en los arbustos

 

de un palique traído con afán

es oler el aroma del mutismo

sin ver la vida al borde del abismo.

El agua se cuela por las rendijas

Llueve en las aceras y en los escaparates,

golpea el agua en las papeleras llenas

de impermeables emociones

y el descenso oblicuo de las gotas

me impide defenderme de su ataque.

Bajo el aguacero, hay quien se marcha

por el vacío sideral de otras almas,

quien mezcla su ironía con arsénico

vendido en droguerías y comercios del ramo,

quienes alimentan su ego con respuestas innecesarias,

bailando con la sílaba ga…

melómano tú, megalómano yo,

otros reclaman la atención de los espíritus

que van siempre en sentido contrario,

el coro escucha Le parapluie de Brassens

mientras el agua se cuela por las rendijas

que ventilan los desaires punzantes

y yo me adelanto al ladrón de versos

para cerrar con llave la puerta del por qué.

En el jardín de las metáforas

En el jardín de las metáforas

florecen versos de Góngora,

entre Polífemos y Galateas

quedan las soledades

de los naranjos en flor,

las caballerizas vacías

de equinos pura sangre,

los alcázares enjardinados,

las miradas al cielo

de turistas que vuelven

al Siglo de Oro

descolgando el fruto anaranjado

de sonetos culteranos.

En el patio la fuente no calla,

el agua discurre en pequeñas acequias

marcando la rima

de esta primavera sísmica

que remueve el hastío

de aquello que se repite

en oratorias falsas,

en declaraciones fatuas

de quienes dicen salvar el mundo

cuando son incapaces de traspasar el aire

que huele a miedo y azahar.

Precipicio (y 5)

He visto mi cuerpo caer desde el precipicio
y retorcerse entre escombros de ruina espiritual.

Después me he visto de pie,
sacudiéndome el polvo del destrozo moral.

Erguido he comenzado a caminar
y mientras me colocaba el alma,
sin mirar atrás, he sonreído al destino,
he guiñado a la naturaleza
y te he escrito una sola y única palabra.

Esa palabra que hará brotar de ti una sonrisa
mezclada con lágrimas de sabor a soledad,
lágrimas que al secarse serán el bálsamo
que mi ausencia consuele,
pues contigo estoy desde lo que te escribo
y si tristeza sientes, olvida lo que digo.

Porque olvidar es colocarse el alma en su lugar.

Eres…

Eres…
Todo lo que fuiste.

Fuiste…

la que en la oscura noche
de Sierra Morena
su mente cansada
sobre mi hombro inmóvil
fue y reposó,

la que en el cálido agosto
de una plaza de Córdoba
con su eterna sonrisa
secó las lágrimas
de aquel sauce llorón,

la que en una calleja
repleta de flores
con jazmines y rosas
ensanchando la calle
su vida alegró,

la que en el patio más grande
bebió de la fuente
la frescura del agua
y olió el azahar
del naranjo en flor,

la que en un banco de piedra
con su hermosa flaqueza
los ojos cerrados
la mirada abierta
el futuro soñó,

la que en un jardín
de luz y de música
una noche de mayo
el dulce sabor
de un beso probó,

y desde entonces
todo lo que fuiste…

Eres.

Mariposas amarillas aletean en negro

Se estremece la mirada
con el agua rizada del estanque,
el silencio rodea la conciencia lúcida
del que observa el plumaje petirrojo
que entre ramas invernales se asoma
de nuevo a la vida.

Mariposas amarillas aletean en negro
buscando esta primavera súbita
que inunda el parque de sonidos lejanos,
llegados desde la otra orilla de las verjas,
ruidos urbanos desacompasados,
incapaces de romper la sinfonía natural.

El viento que rizó las aguas
inclina suavemente las copas
con un mecido amoroso, casi maternal,
de árboles centenarios,
testigos sujetos a la tierra
que ha visto nacer y morir otras primaveras.

Los despojos de angustia que no encuentro.

Me angustia verte buscar los restos de la opulencia,
remover los deshechos del buen vivir,
no encontrar un rastro de esperanza
que te ayude a seguir viviendo.

Y tras de ti, pequeñas bocas
con ansiedad mastican el colesterol maldito
que nos rompe el corazón
saturado por grasas de indiferencia.

En silencio al otro lado de la acera
ella espera, con paciencia,
a que encuentre el tesoro
que ilumine sus noches sin sol.

Y las sombras impasibles pasan sin mirar de frente.
Y algunas miradas te observan de reojo.
Y yo las veo, te miro, siento un ligero escalofrío.
Y busco entre los restos de mi indiferencia
los despojos de angustia que no encuentro.

En el sótano del cielo

En el sótano del cielo
hay hombres que nunca quieren salir de allí
seres diminutos que acarrean fardos llenos de mentiras
sobre espaldas huesudas y doloridas
personajes sin doblez en las esquinas de mármol
que el viento pule en noches de silencios rotos
para que sirvan de espejo a los fantasmas sin fe.

Por las escaleras del sótano del cielo
tratan de escapar almas que buscan su azul infinito
pero los escalones de oscuro ébano han desaparecido
están siendo barnizados para que su brillo deslumbre
la mirada inclinada de los que agachan su mente
tratando de ver la vida que no les espera.

En el ático del infierno
hay hombres que desean abandonar la tierra que les atrapa
personas indefensas que cuelgan un leguleyo en sus espaldas
para no cometer más pecados que los necesarios
y poder llegar libres de miserias mundanas
al paraíso prometido de vírgenes y santos
soñados en noches de alcohol y francachelas.

Por las escaleras del ático del infierno
intentan huir almas que buscan las incandescentes brasas
pero los escalones de negro metal no queman aún
sólo mantienen el brillo frío de otro amanecer inseguro
castigados con la luz de ese maldito astro
que lleva años intentando cegar sus miradas vacías.

Por lo alrededores de la tierra
deambulamos los indecisos en las apuestas eternas
los que nos balanceamos en el alambre incierto
del equilibrista con vértigo genético
aquellos que perdemos la pisada próxima
la sombra lánguida del otoño
y la memoria vencida
los que miramos atrás con desesperanzas de tonos ocres
y adelante con incertidumbres opacas
los que subimos escaleras a ninguna parte
y las bajamos porque hay que cumplir con la ley de la gravedad,
con la de Moisés, la de bases, la marcial, la orgánica, la natural
y la ley seca que nos convertirá en pellejos
curtidos al sol que más ciega.

Recostado en el sueño infinito de la vanidad

Recostado en el sueño infinito de la vanidad
encontró la mano que le dio de comer,
la fuente salubre de la que bebió,
la esencia con la que perfumó su cuerpo,
la miel para sus labios endulzar,
oyó la música del gran compositor,
admiró el arte de insignes maestros
y en fastuosos teatros su vida representó.

Cuando despertó vio con nitidez
como la fuente inundaba de sal
el sueño infinito de su vanidad,
agrietaba sus labios,
componía sinfonías inacabadas,
amargaba el alma que le dio sustento,
corrompía el perfume,
derrumbaba teatros y palacios
y arrastraba su cuerpo entre notas de soberbia,
cuadros fatuos y artistas petulantes.

Estremecido por la visión,
sorprendido y aterrado,
se volvió a recostar y pensó.
Pensó con una vida que nunca tuvo
y soñó con un sueño del que nunca despertó.

En el anverso de tu espalda

En el anverso de tu espalda
dibujo el porvenir de mis afanes
con gruesos trazos de pintor enmascarado,
oigo los latidos sordos
del indomable corazón
que late al compás de mis silencios,
busco el sinsentido del destino
que amarga el sabor del fugaz beso
en noches de tormenta.

En el reverso de tu alma
dibujo la armonía de mis querencias
con trazos nítidos de mirada abierta,
escucho las pisadas sonoras
de tu presencia otoñal
que florece en amaneceres lluviosos,
persigo la mirada huidiza
que mis manos atrapan
en el anverso de tu espalda.