Diario semanal – 82

Feliz domingo.

Facebook me llama al orden

Hacía tiempo que nadie, a excepción de mi santa, mi nieta mayor y su madre, “me llamaba la atención”. Esa expresión, llamar la atención a alguien, se utiliza cuando queremos reconvenir, censurar, reprender a alguien por lo que ha dicho o ha hecho. Ayer, Facebook me llamó la atención; de manera comedida, eso sí.

Ahí lo ven en esa captura de pantalla. Me comunicaban que habían movido mi publicación “más abajo en el feed”, que, dicho sea de paso, no sé que significa tal cosa. Me imagino que le habrán dado menos visibilidad, o algo así. Al menos no suprimieron la publicación en la que advertían “contenido violento y gráfico”. Incluso me dieron la opción de alegar contra la decisión tomada.

El asunto es que el motivo de esa llamada al orden venía motivado por la fotografía que acompañaba al texto que a diario publico en La Girola y que enlazo en Facebook. La fotografía, que hoy he ocultado para que no me vuelvan a reprender, era la de un viejo muñeco abandonado en el descampado cercano a la estación ferroviaria. Y la verdad es que lo que escribí le daba, en parte, la razón a la decisión que Facebook tomó, porque la visión de ese muñeco despertó en mí el recuerdo de los niños que mueren en Gaza, la visión de imágenes de auténtica violencia.

Imagen que deja mal cuerpo

Me lo encuentro mientras doy un tranquilo paseo vespertino junto a la vía férrea, al otro lado de la valla que separa la calle del descampado por el que discurren los caminos del tren.

Sobre la tierra gris un viejo muñeco abandonado cubre su cuerpo de plástico con un ropaje de harapos desteñidos por el paso del tiempo y la intemperie. Es del tamaño de un bebé de varios meses, medio año quizás, y se encuentra, como ven en la imagen, boca abajo, escondiendo su rostro y su mirada. Esa postura acentúa la estampa desvalida que impresiona a quien lo mira. Al menos eso le sucedió al que escribe.

Por un momento uno no puede evitar comparar esa imagen con la que ve a diario en los telediarios, la del paisaje grisáceo de edificios destruidos, del polvo que lo cubre todo, incluso los cuerpos de niños reales, de cuerpos infantiles que pierden la vida entre el estallido de bombas, escombros, ruinas y el desamparo de sus pocos meses de vida.

P.S. En memoria de los niños de Gaza.

Buscando un bar (Vehículos con leyenda – 4)

Nueva entrega de esta serie “Vehículos con leyenda” que atraen mi atención por su mensaje impreso.

Este ejemplar que ven en la imagen hace una pregunta a quien en él se fija y, entendiendo que la respuesta es afirmativa, da también la respuesta. No es rara la pregunta porque, ¿quién no ha buscado alguna vez un bar en su vida? Raro sería encontrarse coches con preguntas tales como: ¿Buscas un museo? ¿Buscas una funeraria?… El bar es lugar de encuentro, de sociabilidad, suministrador de placer en el beber y en el comer. Por ello, si hay alguien, o algo, que te ayuda a llegar hasta él siempre es de agradecer. Ya lo cantaban Gabinete Caligari:

Los bares, que lugares
Tan gratos para conversar.
No hay como el calor
Del amor en un bar.

Cierto es también que esos locales pueden ser sitios de decadencia y problemas personales y familiares si se hace en ellos estancia que sobrepase ciertos límites temporales, ya saben, aquello de «pasarte la vida en el bar». No pensemos que la esencia del mensaje sea esa, pensemos en positivo y que sólo se trata de un guiño amable al paseante que se cruza con este vehículo con leyenda.

Todo el poder (Palabra del día: omnímodo)

Para ilustrar el significado de esta palabra del día nos trae la RAE dos ejemplos literarios: «Yo escribía cada día un nuevo episodio, inmersa por completo en el mundo que creaba con el poder omnímodo de las palabras» (I. Allende); «Los que tienen esa fe creen también en el alcance omnímodo de la razón» (J. Benet).

Aquello que todo lo abraza, aquello que todo comprende, puede ser el poder (es lo más usual) o la razón. Por el contrario, también pueden tener un alcance omnímodo el silencio y la fe. Cierto que este adjetivo casi siempre aparece unido al sustantivo poder. Por ejemplo, hablamos del poder omnímodo que tenía la Iglesia en el siglo XV o del poder omnímodo de los reyes absolutistas franceses. Pero, también tiene esa cualidad el Dios omnipotente de cualquier creencia.

Todo ello está muy bien cuando se habla de filosofía o de religión. El problema es cuando esa cualidad pasa de teorías filosóficas a prácticas políticas y vemos a gobernantes tomar cetros y coronas, bandas presidenciales o nombramientos oficiales cual si fuesen licencias que les otorgasen poderes omnímodos para hacer y deshacer a su antojo. Para ilustrar lo que digo aporto este párrafo sacado del libro “Juan José de Austria. Un bastardo regio”, de José Calvo Poyato: La corte que rodeaba al monarca se convirtió en el marco adecuado para poner de manifiesto ese poder omnímodo de que gozaba. Tal vez, el máximo representante de este modo de gobernar fue el monarca francés Luis XIV a quien se atribuye la frase: El Estado soy yo…

¡Qué derroche de ches!

Hay veces que la fonética me lleva a unir tiempos muy alejados entre sí. Los sonidos del habla parecen aliarse en mi mente buscando alguna relación entre ellos que vaya más allá de lo puramente significativo. Intentaré explicar con un ejemplo esto que digo.

Verán, como abuelo en ejercicio, suelo ver dibujos animados por un tubo, más concretamente por el YouTube, perdonen el chiste malo, incluso fonéticamente malo. Bien, uno de los dibujos que veo son los de La granja de Zenón. En ellos aparece una palabra, un adjetivo, que llama mi atención cuando acompaña al sustantivo auto: bochinchero. ¿Qué diablos será el auto bochinchero? Pues sepan ustedes (yo no lo sabía hasta ahora) que bochinchero es aquel que toma parte en un bochinche, y que este significa:  tumulto, barullo, alboroto, asonada, sinónimos de barullo, escandalo, etc. El auto bochinchero es un coche ruidoso.

Además de La granja de Zenón, veo también Los Bichikids. Aquí aparece otra palabra que me gusta, y que fonéticamente tiene que ver con bochinchero, bicherío. Esta no aparece en el diccionario de la RAE, pero es fácil acertar su significado cuando uno ve reunido a todos los bichitos de la serie (grillo, araña, caracol, etc.).

Bicherío y bochinchero, con ese derroche de ches y esa temática infantil, hicieron lo que les contaba al principio. Me llevaron a pensar en palabras que sonasen parecido, fundamentalmente con el sonido che, y en mi mente aparecieron dos palabras muy alejadas en el tiempo, dos palabras que solía usar la bisabuela de mis nietas, mi madre. Una, que tampoco está en el diccionario, galipuche, que para ella era una mezcla extraña de diversos alimentos en una sola comida: Mezcló tu padre los restos del pescado y de la ensaladilla y formó un galipuche que yo no sé cómo pudo comerse eso. La otra palabra es boliche, que sí está en el diccionario, pero a la que ella daba su propio significado; tener un boliche era montar un pequeño negocio que asegurará la subsistencia de quien así lo hacía.

Ya ven, la fonética de las palabras con che ha unido mi presente y mi pasado.

Cuenta 140: El divorcio (3/3)

Diario semanal – 81

Feliz domingo.

Aquel frío de la infancia (Palabra del día: vahar)       

Ahora que los últimos días de cierto frescor van acabando y se acerca el calor, hablemos de los días de frío…

En aquellos inviernos infinitos de la infancia el frío castigaba las orejas con sabañones dolorosos. La bufanda y los guantes de lana tejidos por las madres eran los únicos escudos contra aquel frío que se colaba en las gélidas habitaciones apenas calentadas por un pobre brasero de picón. Sobre los cristales de la ventana del patio echábamos el vaho y aprovechábamos el temporal empañamiento para hacer algún dibujo.

Fíjense que en los recuerdos anteriores he escrito “echábamos el vaho”, no vahábamos, que sería la conjugación correspondiente del verbo vahar, Palabra del día de hoy.

Sesenta años después de aquella infancia, veo por televisión hace unos días unas imágenes del pasado Tour de los Alpes. En un día frío y lluvioso, con niebla en la carretera y nieve aún en las cumbres, se ve a los ciclistas como echan el vaho mientras siguen pedaleando contra el frío y el desnivel de las rampas alpinas.

Sesenta años después vuelvo a escribir “echan el vaho” y no vahan. Porque en mi lenguaje nunca he conjugado vahar, sino que he usado la acepción completa, con el verbo echar.

Otro ejemplo del verbo vahar es el que usa la RAE en esta Palabra del día: Utiliza Sancho Panza este verbo (con origen en la onomatopeya «baf») en la segunda parte del «Quijote»: «Aquel platonazo que está más adelante vahando me parece que es olla podrida.

Recuerdo ese pasaje de El Quijote en el que el pobre Sancho, que sufre el engaño cuando es nombrado gobernador de la ínsula Barataria, piensa en comer a lo grande, por ejemplo esa olla podrida de carnes, legumbres y hortalizas que ve vahando, y que verá frustrado sus deseos cuando aquel falso médico que le acompaña no le deja probar ni el anterior cocido ni ninguno de los manjares que pasan por delante de sus narices y su apetito. El vahar de algún guiso en el fuego de la cocina en una mañana de invierno también es uno de los grandes placeres que el ser humano puede vivir.

Subir al cielo, bajar hasta el infierno… y pasar por la calle Feria

No soy mitómano, no tengo tendencia a mitificar a personas, a admirarlas de manera exagerada. Cierto es que tengo un gran respeto por personas que han pasado a la historia por diversos motivos, personas por las que tengo una comedida devoción debido a lo que han representado en un momento dado, por lo que han dicho o escrito, por lo que han defendido o cantado.

Dicho lo cual, confesada mi templanza en lo de engrandecer de manera descomunal a ciertas personas, vengo a contradecirme de alguna manera con la imagen que ven. Porque esa imagen representa una cierta mitomanía ya que busqué ese lugar con el propósito de fotografiarme en él. Les cuento…

El lugar es la vivienda número 147 de la calle Feria de Sevilla. En ella está situada esa placa que ven porque en ese edificio nació Jesús de la Rosa, el teclista, cantante y compositor del grupo Triana. Jesús de la Rosa falleció en accidente de tráfico en octubre de 1983 y años después se le homenajeó colocando esa placa en su lugar de nacimiento. De la Rosa, alma máter del mejor grupo de aquello que se llamó rock andaluz, murió demasiado pronto y tras su muerte el grupo ya no volvió a ser lo que fue.

Había pasado varias veces por ese lugar sin saber ni percatarme de esa placa. No hace mucho, leyendo sobre el grupo que Jesús de la Rosa fundó, conocí la existencia de la misma. Y hace unos días, en mi última estancia sevillana pasé por el lugar, acompañado de mi santa y de mi nieta, para hacer mi particular homenaje al artista fallecido hace ya más de cuarenta años.

Esos años son los que tienen los discos de vinilo que aún conservo de Triana, “Un encuentro” (1980) y el mítico “El patio” (1975), el primero que publicó el grupo, un álbum que vuelvo a escuchar todas las primaveras como homenaje a aquella música de juventud, a aquellos años en los que queríamos subir al cielo para ver, y bajar hasta el infierno para comprender qué motivo es que nos impide ver dentro de ti