Cómo lo habrían llevado

Cómo

Me asomo a la ventana a las cinco de la tarde y veo a una mujer mayor con su bastón y sus piernas hinchadas caminar hasta el cruce de calles, mirar a un lado y a otro y regresar por donde ha venido. Es una mujer que apenas había visto por el vecindario antes de que todo Esto comenzara. Pienso que en esta tarde de silencio ha decidido salir para comprobar que todo lo que le cuentan es verdad, que las calles están desiertas, que la gente está encerrada en sus casas, que los pájaros revolotean y bajan tranquilamente al suelo acolchado del parque infantil…

Al ver a esa mujer me he acordado de mi madre y he pensado: ¿Hubiese hecho lo mismo que esa mujer?, ¿quizás me hubiese sorprendido queriendo salir a la calle? Porque mi madre llevaba bastante tiempo auto confinada. Los últimos años, los que pasó fuera de su casa, viviendo en cada casa de los hijos no salía si no era para ir al médico. En mi casa veía pasar la vida a través de la ventana por la que yo ahora miro. Pero, incluso antes de todo eso, cuando aún estaba en su casa, hubo muchos años en los que tampoco salía. Allí también mantenía su vida a través de la ventana de la salita o, como mucho, asomándose a la puerta de la casa para charlar un ratito con alguna vecina, lo que hoy hacemos cuando salimos al balcón a aplaudir. Mi madre hubiese llevado el confinamiento con absoluta normalidad.

Mi padre, no. Él lo hubiese llevado muy mal. Fue hombre muy social, le costaba permanecer en casa, necesitaba interactuar con los demás. Incluso esos años que antes contaba, en los que vivió con los hijos, seguía así. Cuando llegó a mi casa, casi con noventa años, comenzó a salir solo, con su andador y su nueva vida. A los pocos días ya había hecho amistad con los vecinos. Cada vez que volvía de su estancia en casa de mi hermano lo hacía con la ilusión de pasear por estas calles y poder charlar con sus nuevos amigos. Siempre había sido así. Mi madre solía decirle cada vez que salía a la calle: “Pues no parece que la casa se te va a caer encima”. Tanto le gustaba callejear que, cuando Google Maps pasó por su calle, él estaba allí, apoyado en su bastón y charlando con un vecino.