Naturaleza indemne

naturaleza

Como si fuesen el presente y el pasado de las relaciones humanas… El girasol nacido hace unos días mantiene la distancia social requerida en estos tiempos de infección, las plantitas se ajilan militarmente hasta perderse en el infinito lejano de los caminos y las lindes vecinales, separadas unas de otras, dejando tierra de por medio para que, cuando todo Esto pase, puedan tocarse en amarillo.

Por el contrario, el trigo se amontona formando una multitud de espigas, una bulla de cereal ajeno al estado de alarma, un sinnúmero de cañas y hojas verdes mecidas por el viento, pegadas unas a otras sin miedo al contagio, haciéndose mayor como en los versos de Neruda: Y cuando esté recién lavado el mundo / nacerán otros ojos en el agua / y crecerá sin lágrimas el trigo.

Lejos de ella, lejos de la naturaleza cultivada, está la naturaleza embalconada, la de las macetas primaverales que nos acompañan en la hora casi canónica de los aplausos agradecidos, la que es testigo silenciosa de las calles desiertas, la que se asoma al balcón para fundirse con los viejos olivos del cerro. Los geranios reventones, que diría Alberti, rompieron en rojo y malva, en rosa y azulado, para dar ese punto de color a la oscuridad. Hace días que abrieron sus pétalos a una Semana Santa sin nazareno, a un parque sin voces infantiles, a un mes de abril del que tantas sensaciones nos han sido robadas. La cerámica recoge la tierra que da color a la vida de esta otra naturaleza que no entiende de virus y contagios, de estadísticas letales o esperanzas científicas.