Hopper, Eurípides y los paseantes de perros

Hopper

– En muchas de las obras de Edward Hopper aparecen personajes de vida interior, hombres y mujeres que trabajan en una oficina, beben en un bar o descansan en una habitación de su casa. Hago una visita virtual a la pintura de Hopper, me detengo en las obras de habitaciones hogareñas, miro desde fuera a quienes están dentro de esos lugares y me imagino que soy uno de ellos.

– Cuando era maestro a las tutorías acudían generalmente las madres de los alumnos. Si un día, por lo que fuese, la madre no podía acudir y era el padre el que lo hacía, se le notaba incómodo por la falta de costumbre, como si estuviese fuera de lugar al no estar habituado a llevar a cabo esa tarea. Es la misma sensación que me transmitían algunos paseantes de perros los primeros días de confinamiento cuando los veía desde mi balcón. Ahora, con la práctica, han mejorado su técnica.

– En “El infinito en un junco” la autora (Irene Vallejo) escribe que en la antigua Grecia para enseñar a leer a los niños los maestros no comenzaban con frases fáciles como “Mi mamá me ama” (que, dicho sea de paso, es todo un clásico también) sino que directamente los sumergían en las frases bellas y difíciles de Eurípides, que apenas podrían entender («Bálsamo precioso del sueño, alivio de los males, ven a mí» o «No desperdicies lágrimas frescas en dolores pasados»). De todo lo dicho lo que más me interesa son esas dos frases de Eurípides. Qué hermosas y verdaderas sentencias para los tiempos que vivimos.