Viviendo en un circo deportivo

La tarde-noche del lunes, con los partidos España-Croacia y Francia-Suiza, volvió esa sensación perdida durante muchos años, ese engancharse a la televisión por puro placer, la razón por la cual uno sigue viendo fútbol a pesar de que hay veces que el mismo fútbol te da motivos para desengancharte de él.

Todo transcurrió según un guion imaginado. Primero con una selección nacional en la que uno no creía, pero esperaba y deseaba estar equivocado. Así ocurrió, con la tragedia de la ridiculez que supone un gol en propia puerta de los que luego ponen como ejemplos de pifias sonrojantes, con la épica de la remontada, con la desesperación del empate y el éxtasis de la prórroga victoriosa. Después, en el otro partido, llegó la caída del campeón y máximo aspirante al título en un partido de similares vaivenes al de España pero con la guinda de los penaltis en la que el error decisivo lo cometió quien espera ser considerado el mejor jugador del mundo cuando Messi se retire. Ese último giro de guion cerraba una tarde-noche en la que el fútbol se convirtió en el mejor de los opios del pueblo que dicen los bienpensantes de la conciencia social en guardia las 24 horas.

Si a todo eso unimos que el fútbol comparte pantalla e interés con el Tour de Francia se puede entender que la “candente” actualidad política se aleje de mis preferencias informativas y desde hace ya varios días haya desaparecido de esta Girola. Me he convertido de esa manera en lo que en mis tiempos se llamaba un ser alienado, despejado de esas preocupaciones que algunos llaman transcendentes, viviendo en un mundo de circo deportivo. Y, oigan, no viene mal de cuando en cuando aislarse del barullo que forman nuestros políticos. Se vive más tranquilo.