Esperando la canícula

Dicen que los pastores de la trashumancia siempre se acompañaban de una buena manta con la que pasar la noche al relente de la dehesa o el rastrojal. La intemperie es traicionera porque te encuentras indefenso cuando no hay resguardo de caserío ni cobijo de humilde choza. Dicen también, y esto lo he vivido, que en los parajes norteños de esta península que habitamos la primavera puede transmutar en invierno siberiano cuando los vientos bajan inesperadamente del norte y dejan helados a los transeúntes que visitan aquellas tierras con la confianza que da el calendario primaveral.

En esta tierra del sur también puedes caer en la trampa que el tiempo meteorológico tiende de cuando en cuando a quienes salen a pecho descubierto, dicho metafóricamente, a dar un paseo por los arrabales de la ciudad o por los senderos de olivar. Incluso, como se puede ver en la imagen, hay veces que el veraneante adelantado coloca su hamaca en la arena virginal esperando disfrutar del sol mediterráneo y se encuentra con el viento que arrecia cuerpo y alma y que le hace buscar consuelo y calor convirtiendo la toalla playera en manta zamorana de pastor trashumante.

Aquí estamos, contando las historias triviales de la vida que huye del agobio social, abrigándonos cuando el viento sopla de poniente y el oleaje riega con minúsculas gotas de agua salada la cara de quien mira el mar mientras la espuma nace y se deshace en su continuo vaivén. Aquí estamos, contando historias de viento y frío cual si estuviésemos en una playa abierta al Cantábrico o en una de aguas heladas en las rías gallegas que se enfrentan al Atlántico bravucón.  Aquí estamos, mirando el Mediterráneo mientras esperamos la canícula que, seguro, ha de llegar.