Cuenta 140: Las cortinas

Cansado de ver siempre el mismo cielo pidió al director unas cortinas para el ventanuco de su celda.

Lo que más temía Ramón de su nueva camisa era que alguna de sus amigas descubriese que era la misma tela de las cortinas de casa.

Cuando la vecina descorría las cortinas de su dormitorio en las ventanas de enfrente se apagaban las luces y se encendía la imaginación.

Los pliegues del cortinaje palaciego era el lugar preferido para los encuentros clandestinos del guardia jurado y la restauradora.

Llevaban tantos meses ingresados en la misma habitación del hospital que decidieron no echar la cortina medianera ni el día que uno muriese.

Cuando Josefa cambió las cortinas por visillos todos los vecinos supieron que estarían más vigilados.

El cambio de los estores por unas cortinas fue el inicio del desencuentro matrimonial. Julia, la chica de la tienda de cortinas, hizo el resto.

Cuando sus hijos vieron que la madre había colgado la cortina de la ducha en la salita supieron que lo peor estaba por venir.

Siempre que escuchaba correr las cortinas, el abuelo, ciego ya, decía con una sonrisa: “Vaya, no queréis que vea lo que pasa en la calle.”