Fiestas de graduación y calificaciones escolares

Briana cumple su primer año de guardería, eso que llaman oficialmente el primer ciclo de educación infantil. Aún le quedan dos años más. Desde el suelo, o desde la trona, asiste a la fiesta de graduación de sus compañeros que acaban ese ciclo. La veo en un vídeo que la guardería ha mandado a los padres. Se la ve atenta al bullicio, la música y el baile de sus compañeros mayores y de quienes han sido sus seños. Trato de imaginarme que pensará ella sobre esa ruptura de la rutina diaria, inconsciente aún de las costumbres que los mayores le vamos imponiendo en esos años de la primera infancia.

Doscientos kilómetros más allá, Guadalquivir arriba, su prima Atenea se gradúa en el teatro del pueblo con ese primer ciclo educativo cumplido. Hay una pareja de payasos que animan el acto y un guion determinado que me recuerda a la última fiesta de graduación a la que asistí como maestro. Quienes se gradúan, tres años, van vestidos siguiendo la referencia de una película infantil. Hay de todo, llantos de los más tímidos, alegría en los más extrovertidos, y, en la mayoría de ellos, indiferencia por lo que sucede a su alrededor … Observo a mi nieta, una de las tímidas, que trata de sobrevivir al acto cumpliendo lo mejor posible con el guion previsto. Y, como me sucedía con Briana, trato de imaginar qué pensará ella de ese derroche de luces, color y algarabía en la que está obligada a ser protagonista porque los mayores le hemos dicho que una etapa de su vida ha acabado para que, tras el verano, comience otra.

Ya en casa pienso que vivimos en un proceso de exageración, que todo lo agrandamos y rellenamos de parafernalias y abalorios inútiles, que montamos números de circo convirtiendo lo más nimio en una especie de postureo colectivo de cara a esa galería infinita que hoy son las redes sociales. Pienso también que muchos de estos actos están sobrevalorados y su intención enmascarada en otros objetivos. Pero, mis pensamientos quizás vayan contracorriente (seguro), quizás estén equivocados (puede ser) y yo, en lugar de tantas reflexiones, en lo que debería de pensar es en lo bien que lo hemos pasado, qué buen rato hemos echado viéndolos bailar en el escenario… y así, todos contentos. Pues eso.

Mi nieta mayor, Dunia, no tenía este año despedida de ciclo educativo: nada de fiesta, orla y jolgorio. Así que la recogí del colegio como si fuese otro día cualquiera. Por la tarde, cuando íbamos a la graduación de su hermana, sus padres recibieron las notas del curso recién acabado, el primer curso de primaria. Esas notas, que no son lo más trascendente que le sucederá en su vida, sí son el reflejo de un trabajo realizado a lo largo de nueve meses, si son la foto académica de una evolución física y psicológica, sí son el notario que certifica el desarrollo y la madurez personal de casi un año, la asimilación de unos conocimientos necesarios, etc. Esas notas que llegan fríamente a través de una pantalla de teléfono móvil son, para mí, mucho más importante que todos los festejos que estos días se celebran en muchos centros educativos. Pero, esa es opinión de un tipo que se acerca a los setenta años, opinión de un maestro antiguo, que, como en otras ocasiones de su vida, suele estar fuera de modas y similares.

Dicho lo cual, vuelvo a evadirme de mis reflexiones y grito al mundo exterior: Qué bien ha estado todo, qué divertido… ¿Y mis nietas? Guapísimas, maravillosas…

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