Hay que sembrar…

Cayó la primera escarcha de la temporada. A las ocho de la mañana el termómetro del coche marca los cero grados cuando cruzo el puentecillo del arroyo. No son horas ni temperatura para quien desde hace unos años dejó de madrugar por obligación y huye del calor canicular y del frío polar.

Desde la altura del viejo cortijo desaparecido observo el tractor sembrando el trigo un año más. La poca lluvia caída en otoño no es un buen augurio, pero cuando en el almanaque asoma diciembre… hay que sembrar. Es un imperativo que marca el calendario y el ciclo vegetal.

En la era los sacos de la semilla esperan en el remolque. Son de un llamativo color amarillo, más amarillo canario que amarillo trigueño. La semilla de trigo duro es de la variedad Don Ricardo, nombre que pareciese de un antiguo terrateniente cerealista de otros tiempos. En la era está también el rulo que por la tarde asentará la siembra en espera de las lluvias que han de venir. En dos días la tarea estará finiquitada.

Mientras la siembra avanza aprovecho para marcar una de las parcelas que este año habrán de sembrarse con alguna “especie mejorante” por imperativo de la nueva normativa PAC. Se está bien al sol hasta que comienza a soplar un vientecillo gélido que le hace a uno buscar la recacha protectora.

Las especies mejorantes

Les comentaba hace unos días que estoy informándome sobre la nueva PAC, esas siglas que engloban normativa y dinero a partes desiguales. Pues bien, entre los requisitos a cumplir en la nueva PAC 2023-2027 está el de tener que sembrar obligatoriamente lo que los burócratas agrarios llaman especies mejorantes. Esas especies mejorantes son cultivos como las oleaginosas (girasol), las leguminosas (garbanzos o habas), las brasicáceas (nabo forrajero), etc. Debo reconocer que de las últimas no tenía ni idea. Hay que destinar un tanto por ciento de la superficie a estos cultivos y, además, dentro de ese epígrafe, otro tanto por ciento obligatorio al cultivo concreto de leguminosas. Éstas se convierten así en las reinas de la política agraria común, aquellas cuya presencia no puede faltar en esta fiesta del agro, las que tienen más solicitudes para el baile…

Lo que llama mi atención es la denominación que han elegido para englobar a todos esos cultivos: especies mejorantes. Lo de “especies” lo entiendo y conozco. Lo de “mejorante” doy por supuesto que significa “lo que mejora”, al igual que amante es “el que ama”, ejecutante es “el que ejecuta” y picante es “lo que pica”. Y digo que lo doy por supuesto porque ese término, mejorante, me resultaba… chocante, valga la redundancia de palabras acabadas en “ante”. Me resultaba extraño, aunque el posible significado ya hemos visto que es fácil de deducir: una especie mejorante que se siembra debe ser una especie que mejora la tierra en la que se siembra. Supongo yo que aportándole un enriquecimiento en nitrógeno, carbono o sepa dios y los peritos agrónomos. Lo que no sé si saben los burócratas agrarios y los peritos agrónomos es que esa palabra no está en el diccionario de la RAE. Ya ven, desde el campo también se contribuye a crear tendencias en el habla.

La multiplicación de los planes y las paces

El título de la entrada de hoy le sonara, querido lector, a aquel pasaje bíblico en el cual Jesús da de comer a una multitud multiplicando milagrosamente unos pocos panes y peces. Aunque nada de milagro existe en lo que vengo a contar si que hay algo de multiplicación. Veamos.

Preparé hace unos días el plan de siembra para el año agrícola 2022-2023 con la idea de hacer ya el seguro agrario del cereal y el girasol y que ese mismo plan fuese la base para cuando el año próximo haya que tramitar la PAC. Lo hice según la normativa de la política agraria común (PAC) que existía hasta ahora, sin recordar que este año entra una nueva normativa en vigor. Resultado: al igual que la nueva PAC se multiplica en órdenes y requisitos que los agricultores estamos obligados a cumplir, yo tengo que multiplicar mi plan de siembra en nuevos repartos de parcelas y cultivos. ¿Comprenden ahora el parafraseado del título?

P.S. Hay algo que ha llamado mi atención en la normativa de la nueva PAC. Es algo terminológico. Entre tanta literatura burocrática he leído una expresión que ha llamado mi atención: las especies mejorantes. Tendré que reflexionar sobre ella y escribir algo de la misma en los próximos días.

La terminología agraria es un mundo libre

La imagen que ven es un recorte del albarán del pesaje del girasol. Les decía el otro día que había pocos kilos de pipas y muchas impurezas. Con ese nombre de eco religioso designan a lo que no sirve, a lo desechable e inútil. Esas impurezas vegetales restan al precio, al igual que la impureza (del tipo que sea) de una persona le resta en su valoración como ser humano. Al menos antes era así. Ahora los impuros tienen tantos seguidores como los puros; piensen, por ejemplo, en los corruptos, los terroristas…

Bien, perdonen el desvío. Vuelvo a la besana, vuelvo a la imagen superior. Ya ven que junto a las impurezas también se valorarán, cuando la pipa haya sido analizada, la humedad (este año seguro que no tiene), el P.E. (que debe ser el peso específico), la proteína y la “vitrocidad”.

Y es ahí, en ese último concepto, en el que mis antenas captan señal de error. Ese concepto (y el del peso específico) son propios de la analítica del cereal. También el de la proteína, porque en el girasol sería más adecuado usar el de grasa. Pero no son esos detalles los que hacen pitar, avisando de un error, a mis antenas de agricultor avezado, sino que las que pitan son mis antenas de maestro jubilado al ver escrito “vitrocidad”.

En el mundo agrícola la vitrosidad (con s) es un parámetro que tiene importancia en el caso de los trigos duros, principalmente porque a mayor presencia de granos no vítreos (harinosos), se produce en el proceso industrial una menor cantidad de sémolas y una mayor cantidad de harina, que para el trigo duro es un subproducto. Eso es la vitrosidad (con s), término que, además, no está recogido en el diccionario de la RAE. Debe ser por eso que en el albarán aparece escrito con c. Porque quien imprimió el albarán bien pudo pensar, parafraseando al cocinero de Canal Sur: La terminología agraria es un mundo libre.

Letanía del girasol

Por encima de la caja del camión se atisba el paisaje pardo y gris de la tierra reseca y segada. Los olivos que se ven al fondo son los únicos que rompen la monotonía de esos colores apagados. En el interior de la caja la visión es incluso más deprimente. Tras varias horas de siega el montón de pipas responde a lo esperado: pocos kilos y muchas impurezas.

En cuanto a los kilos… Se cumplió la previsión del perito del seguro. En la imagen ven parte de los kilos recolectados; no han llegado al mejor de sus cálculos, aunque están en ese rango que él vaticinó. Ello sería suficiente, según las cuentas de unos y otros, para compensar los gastos de siega y transporte. Veremos. Habrá que esperar a ver precios e importe final.

Esas vistas, esas sensaciones, refuerzan el desánimo. A ello contribuye el tiempo meteorológico, las previsiones otoñales de lluvia/sequía, el futuro incierto de las normativas agrarias europeas, etc. Quizás esta letanía de pesares sea la propia de quien es agricultor por unas circunstancias que vienen arrastradas por el paso del tiempo y el árbol genealógico. Puede que el próximo otoño sea lluvioso y el agua caída del cielo despeje esta melancolía. Todo puede suceder. Por lo pronto mantendremos el girasol recolectado en capilla, en espera de una subida de precios, jugaremos al mercadeo de los mercados observando con atención la cotización euros/tonelada, el volumen de operaciones en las lonjas de oleaginosas, etc.

Esto es lo que hay…

Poco después de amanecer, pasadas las siete y media de la mañana, el termómetro del coche marca 21º grados y por la ventanilla entra un aire tan fresco y natural como una colonia de bebé. No es difícil imaginar que diez horas después esa temperatura se habrá multiplicado por dos y el aire, si es que se mueve, será abrasador, sahariano.

Abandono la carretera y me adentro por el camino polvoriento. Hace ya más de cuarenta días que segamos el trigo y desde entonces no he vuelto. Hoy toca el peritaje de ese fantasmal girasol que ven en la imagen. Recuerdo la buena nascencia que tuvo, las plantitas verdes alineadas en perfectas hileras. Luego, pasaron los días y las semanas, la lluvia no llegó y el resultado son esas escuálidas panochas (capítulos, los llama el perito que ha venido a tasar) que esconden pipas diminutas, muchas de ellas vanas, en una tierra reseca que abre sus entrañas al sol inclemente. Dice el perito que la mínima cosecha dará para pagar la siega y el transporte de los pocos kilos que saldrán de ese paisaje. Esperemos que así sea y que la ayuda del seguro valga para compensar parte de los gastos. Si eso es lo que hay, con eso nos apañaremos… decía mi padre en circunstancias parecidas. Y a eso me atengo, a su recuerdo y a su estoicismo.

Terminada la peritación me encamino a la factoría de Pastas Gallo. Es hora de hacer caja y recoger la liquidación del trigo entregado hace más de un mes. Va uno pensando en eso que llaman “los mercados”, la cotización del trigo duro tipo 1 en la lonja, los barcos de Ucrania que salen de Odesa cargados de cereales y en todas las variables que intervienen en este asunto y en el que uno es simple invitado sin voz ni voto.

Llego a la barrera de la factoría y, desde que la covid-19 trastocó algunas costumbres, no dejan acceso a la oficina sino que es en la garita del guarda donde uno firma y recoge la liquidación pactada anteriormente por teléfono con el administrativo de la fábrica. Falta uno de los papeles, el sol calienta sin contemplaciones, no hay más sombra que la de la cabina, el papel no aparece, los 21º grados pasaron a la historia hace tiempo, el guarda convertido en temporal oficinista busca en varias carpetas y el papel sigue sin aparecer, me refugio en la sombra de la “oficina” del operario multifacético, éste se percata de mi “acalorada” situación y me abre la puerta del habitáculo refrigerado. Un alivio. Comunica con la oficina por teléfono y el papel aparece por una impresora. Otro alivio. Firmo y me marcho agradecido, aunque el ingreso del dinero tardará unos días en hacerse realidad. Ya saben, los trámites financieros, las transferencias bancarias y toda esa martingala en la que el agricultor, también en esto, es un invitado sin voz ni voto.

Testigos, muestras, tasación, aro… Vocabulario de siega

Ahí las tienen, las muestras testigos. Ya les contaba ayer que esa terminología es más propia de un juicio que de una siega. Como hoy todo esta normativizado (creía que este verbo no existía, pero existe) el seguro agrario obliga a dejar esas tiras cada equis pasadas de cosechadora, con una superficie que sume un tanto por cierto establecido, etc.

Afortunadamente, el perito vino hoy a hacer la tasación. El perito es un elemento intermediario entre el Agroseguro y el agricultor. Se mueve en un mundo técnico entre dos ejércitos enfrentados, el de la compañía aseguradora que tiene que pagar el siniestro y el agricultor que debe cobrar la indemnización producida, en este caso, por la sequía. El perito es ese señor que aparece en la fotografía inferior, una especie de aventurero que se adentra en el trigal como los exploradores se adentraban en las selvas, equipado con el protector sombrero de paja, la mochila en la que guarda un pequeño cedazo y una balanza de precisión… Y, fundamentalmente, con ese artilugio que lleva sobre el hombro y al que no sé por qué llaman aro cuando es cuadrado.

Mientras la cosechadora sigue impertérrita su tarea, acompaño al perito por las distintas parcelas, hace tasaciones y operaciones matemáticas, compartimos información y llegamos a un acuerdo. Tras llegar a ese acuerdo me dice que es familiar de un Doncel (es lo que conlleva tener un apellido no muy común). ¿Hábil estrategia, pienso, para no verse comprometido? Resulta que ese Doncel es primo hermano mío. Si el mundo es un pañuelo la póliza del seguro agrario puede serlo también.

Terminamos la siega cuando el termómetro marca ya los cuarenta grados. Al final, los kilos de trigo suman algo más de lo esperado. Vuelvo a casa con moderado optimismo tras pasar por los almacenes de Pastas Gallo y recoger el último pesaje. Es la rutina de los últimos ¿diez, quince, veinte años? No sé, ya he perdido la cuenta. Es el último viaje tras haber dejado atrás carros de paja en lugar de espigas doradas. Es el viaje que cierra la siega, palabra antigua que rememora tiempos de hoces y trillas, de aventar y almiares. Otros tiempos…

Este año ni Media Cosecha

En esta semana de este junio canicular, en estos días en los que el cielo se carga de plomo fundido y las temperaturas alcanzan rangos saharianos, hemos vuelto a la siega. Por la Cañada del Barco navega la cosechadora en un mar de cereal y frustración. La frustración de quienes no pueden impedir que la cosecha de trigo no sea la deseada debido a la sequía invernal, que el futuro del girasol esté condenado por la escasez de lluvias primaverales, que el olivar sufra y pierda gran parte de sus aceitunas por el tormento de estos días tórridos…

Se conjuga la climatología con las crisis financieras, la inflación y la mala gestión de administraciones públicas. Todo se conjuga para que triunfe el desaliento. Entre una imagen y otra ha pasado un buen rato y han sido necesarias demasiadas idas y venidas para que la máquina llene su tolva y pueda descargar el grano en el camión. Veo desde la era atalaya el avanzar de la máquina por la cañada. La veo con el girasol afligido bajo mis pies. Veo desde el camino polvoriento caer el chorro de trigo en el camión. Lo veo con la vana esperanza de que esa descarga se alargase en el tiempo hasta que de la caja rebosase por los laterales el preciado grano.

Ante tal panorama uno no puede sino pensar en positivo. Pensar que el trigo que ahora segamos estuvo a punto de ser nada cuando la primavera se acercaba, que el seguro agrario (tan caro este año) algo indemnizará, que el año que viene por estas fechas declararé y pagaré menos a Hacienda porque no habrá apenas ingresos de productos… Pensamientos a largo plazo para aliviar lo que este año no será ni siquiera el título de esta capilla girolana (Media cosecha) porque nada esperamos del girasol. Pensamientos para compensar la melancolía de lo que pudo ser y no fue.

En fin, es lo que ha dado el primer día de siega. Día corto porque mañana esperamos la visita del perito del seguro para que tase las muestras testigo de lo que ya se ha segado y las parcelas que quedan por segar. Muestras, testigos, palabras más propias de una sala de juicios que de una besana de cereal.

La siembra en la que no estuve

Por primera vez en muchos años no he ayudado ni he estado presente en la siembra del trigo. Recuerdo cuando me subía a ese remolque que ven en la fotografía y mi padre me enseñaba el arte de abrir los sacos de semilla. Esos sacos están cosidos con una doble hilatura y hay que tener maña para descoserlos. Una vez abiertos los vaciaba en la máquina de sembrar y guardaba el saco vacío por un lado y las etiquetas por otro. Lo hice durante muchos años, cuando el cortijo de Casa Tejada la Nueva, ese de tejado antiguo y desvencijado que aparece tras el remolque, aún existía. Lo hice en días soleados de noviembre en los que esperaba leyendo sentado sobre los sacos mientras aguardaba para llenar otra máquina; y lo hice en días fríos de diciembre en los que el viento te hacía buscar refugio en el coche mientras el tractorista sembraba.

Este año, en cambio, he faltado a esa cita anual. He visto la siembra y el posterior ruleo de la tierra a través de vídeos y fotos que me mandaban quienes allí estaban. He visto esas imágenes desde una virtual era elevada, observatorio desde el que presencio el ir y venir de los tractores por la Cañá el Barco sin que lleguen hasta mí el ruido de los motores salvando la lejanía física que me separan de ellos. Y mientras miraba las fotografías pensaba en cómo la vida te va haciendo cambiar la manera de ver el presente, en lo voluble que es todo (casi todo) lo humano y cómo lo que en un momento dado paracía algo trascendente, y que requería tu presencia, mañana puede ser algo que sucede de manera tan normal que ni siquiera se echa de menos tu ausencia.

Bien, dejo aparte, en surco de siembra ruleado, bajo tierra compactada que guarda la semilla que ha de nacer, estas disquisiciones de filosofía rural y barata, de precios tan bajos como los de muchos productos agrícolas, y me encomiendo al dios de la lluvia, único que puede hacer posible el milagro de la nascencia del cereal en estos tiempos de sequía tan pertinaz.

Piedra lindera

Los que tengan una edad  recordarán, como yo lo he hecho al escribir este texto, aquella masacre ocurrida en Puerto Hurraco hace más de treinta años. En ese pueblo de poco más de cien habitantes los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo mataron a nueve personas de una familia rival, enemiga habría que decir visto lo ocurrido, por una disputa de lindes sucedida muchos años antes y en la que ya alguien de una de las dos familias rivales había asesinado a alguien de la otra familia.

Lo he recordado al rescatar la fotografía que ven arriba, fotografía de hace unos días, tomada en una linde. Porque eso es lo que ven arriba, la frontera de la vecindad agraria, el límite de invisible muro escoltado por besanas diferentes. Es una linde Doncel-Navajas (o Navajas-Doncel). Esa linde está marcada, si se fijan con atención, por una piedra blanquecina semienterrada, más blancuzca aún que la tierra grisácea. Es una piedra grande, muy distinta de aquella piedra pequeña, piedra ligera de los versos de León Felipe.

Hace décadas que recuerdo esa piedra en ese lugar. Sepa Dios cuántos siglos lleva ahí, diría mi padre. Quizás desde que un cortijo más grande fue parcelado para el reparto entre los herederos del difunto terrateniente, quizás cuando uno de esos herederos vendió su parte y hubo que marcar una nueva linde. El tamaño del rústico mojón pétreo hace que los vecinos respetemos su autoridad y el resultado es una linde amplia, rectilínea, una separación sin discusión, de claridad meridiana. No siempre es así. Hay una tradición secular en este país de disputas por lindes mal trazadas, de campesinos abusones que aprovechan cada arancía  para meter la reja unos centímetros en la parcela del vecino. Ante esa invasión el agraviado solía responder con un abrir de navaja o con disparos de escopetas (recuerden Puerto Hurraco). Historias de rencillas entre familias, disputas que sobrevivían a los tiempos fueron muchas veces causadas por esos problemas de lindes. Eran rencillas que pasaban de generación de generación, que formaban parte de la herencia de los linderos tanto como las escrituras de propiedad de las tierras colindantes. Yo he conocido algunas de esas historias en mi pueblo, historias en las que, afortunadamente, la sangre no llegó a empapar la tierra.