El título universitario

títuloLeyendo cualquier biografía, diario, etc. uno encuentra coincidencias vitales con el personaje, salvando distancias de época, condición social, etc. Cuando tal cosa sucede uno vuelve la vista atrás, casi siempre esas coincidencias forman parte del pasado, y rememora aquellas circunstancias.

Leyendo “El cuaderno gris” (Josep Pla), casi al final de ese magnífico libro, cuando el autor consigue concluir su carrera universitaria de Derecho, se le plantea el siguiente problema: Ahora, para ser abogado, tendré que comprar el título —es decir, pagar al Estado el importe correspondiente para obtenerlo. No sé cuánto vale este título. Pero, para comprarlo, ¿dónde está el dinero? Yo no tengo ni un céntimo —y los pocos que tengo los necesito para la pensión. Mi padre no debe de encontrarse en una situación muy brillante. Pedirle algo es perder el tiempo —y no por animadversión, ciertamente. ¿De dónde saldrán las misas? ¿Llegaré algún día a pagar el título de abogado? Me parece que habrá sido más fácil entrar en la orla de mis compañeros de curso —con el retrato ovalado de los catedráticos en la parte alta del documento— que comprar el título.”

Dejo de leer y pienso: ¿Dónde está mi título universitario? Sí, lo tengo localizado. Es la ventaja de ser persona ordenada, persona que ha ido guardando celosamente el papeleo de su vida estudiantil y laboral. En la misma carpeta (la clásica carpeta azul de cartón y gomillas) está el viejo libro de escolaridad del Bachillerato, las papeletas y la certificación de notas de los tres años de Magisterio, los certificados de toma de posesión y cese de los diferentes destinos como maestro, el papeleo de la jubilación… y el título universitario con el correspondiente recibo y el papel timbrado del Estado con el que se pagó. Miro el recibo,  260 pesetas, y algo no me cuadra: el papel timbrado, en “billetes” de cuantía variada, suman 720 pesetas. Por supuesto que no recuerdo a qué se debe esa diferencia; como tampoco recuerdo el momento en que realicé la retirada de ese título. Sí recuerdo que a algunos compañeros se lo enmarcaron para colgarlo en casa. Mis padres, austeros en el gasto y no dados a la ostentación, debieron considerar lo que escribe Pla: ¿De dónde saldrán las misas?

Así que ahí está, con sus dobleces y sus cuarenta años cumplidos (Dado en Madrid, a 15 de marzo de 1978), expedido por el Ministro de Educación y Ciencia (Iñigo Cavero – lo he buscado en Wikipedia) en nombre de su Majestad el Rey Don Juan Carlos I, en tono pajizo y encuadrado en una enmarañada decoración gris culminada por el Águila de San Juan y el lema que aún persistía (“Una, Grande y Libre”) en esos años de Transición. Vuelvo a mirarlo y observo otras dos circunstancias curiosas. La fecha de nacimiento que aparece, 27 de noviembre, es la real; en otros documentos nací el 29 de ese mes. Y  la firma de “El interesado” no es mi firma actual (¿en qué momento la cambié?).

Tengo título pero no tengo orla con mis compañeros de curso —con el retrato ovalado de los catedráticos en la parte alta del documento…, como escribe Pla. Esa orla que he visto enmarcada en algunas consultas de médicos coetáneos no la tengo. ¿No se hizo? ¿Se hizo pero no la adquirí?… Han pasado cuarenta años, y sin pruebas materiales es difícil recordar todo el pasado.

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