Por imperativo ortográfico

imperativo7/12/2017 – Lo escribo sin signos de exclamación y con las letras mayúsculas necesarias por imperativo ortográfico, lo hago con toda la serenidad que me da la perspectiva histórica, lo digo un día después porque no soy amante de cumpleaños ni onomásticas. Espero que por hacerlo no me tilden de facha o similar (y si lo hacen… allá él, ella o ellos/as), lo escribo sin grandilocuencia ni aspaviento, lo digo por primera vez en treinta y nueve años: Viva la Constitución. Y si hay que reformarla, hágase. Eso sí, con el acuerdo y la mayoría que marquen las leyes.

8/12/2017 – Hay palabras que parecen volver del baúl de los recuerdos. Me he vuelto a encontrar con una de ellas: “facineroso”. Al leerla he viajado en el tiempo a viejas lecturas de novelas policíacas y películas en blanco y negro del Oeste americano. Ya nadie la utiliza. Pero, haberlos, sigue habiéndolos. La última vez que escuché pronunciar a alguien esa palabra dijo algo así como fascisneroso, que debe ser algo así como un fascista delincuente.

9/12/2017 – Camino por la acera de enfrente de una peluquería. En el cristal de la puerta aparece la silueta de cintura para arriba de una niña que mira al caminante. Pienso que es uno de esos grandes carteles adhesivos que se pegan en escaparates y puertas acristaladas de comercios y locales como el que ahora dejo atrás. El cartel es un bello rostro infantil de cabellera rubia. Viste una sudadera azul marino en la que se lee una sola palabra: Belle. De pronto veo que la imagen me sigue con la mirada y sonríe. La silueta no era un cartel; era una niña real cuyo rostro no contradice la palabra de la sudadera.

10/12/2017 – Hace unos días me senté a ver una película. Nada más comenzar, lo que vi y escuché me llevó a la infancia. Me refiero a la cabecera de la productora, 20th Century Fox. Esa sintonía de Alfred Newman  que hace bailar los cañones de luz me transportó a aquel cine de verano de los años 60. Ni siquiera el regio rugido del león de la Metro Goldwyn Meyer es capaz de tal milagro.

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese…

Capítulo II – Don Quijote de La Mancha